Entre lo delicado y lo bruto: la propuesta de Mijo Cerámicas
por Violeta Alarcón Guzmán
Mijo Cerámicas es el proyecto de Isidora Jarpa. En esta entrevista, en el Centro COF, nos cuenta sobre la inspiración que encuentra en sus propias vivencias, el arte de desafiar la fragilidad del material para crear piezas únicas, y cómo su obra explora la constante dualidad entre lo delicado y lo bruto.
Por años, Isidora pensó que no servía para el arte, que su mente no funcionaba de manera creativa. Pero había algo que insistía, un bichito, una inquietud material que la seguía a donde fuera: las texturas, los colores, las formas. Quizás, dice hoy, la cerámica nació como una pulsión, como una especie de necesidad por endurecer la naturaleza; de volver permanentes las formas, las flores de la primavera, las hojas rugosas del otoño.
“¿Es esto la vida?”
Hace dieciocho años, mientras trabajaba en banquetería y estudiaba diseño de vestuario, se comenzó a preguntar, mientras el metro se mecía y la gente volvía agotada a sus casas: ¿Es esto la vida? Y es así como la respuesta salió de sus manos, sin querer, como un impulso; una tía la invitó a un taller de cerámica, “lleno de señoras”, como recuerda riéndose. Y ahí todo se fue por un tubo.
No fue fácil. La vieja escuela del oficio exigía cosas que a la artista no le hacían sentido. Los tonos tierra, las formas rígidas, toscas y gruesas no la representaban. Ella quería mezclar, romper, rasgar, probar. Afinar. No le bastaba con repetir la receta que había guiado a la cerámica hasta el momento.
“Mi aproximación a la cerámica siempre ha sido desde la guata”, dice Mijo, como hoy se conoce su proyecto. No hay bocetos ni fórmulas; lo que sí hay es mucha, mucha intuición. Ensayo y error y tal vez un tipo de magia que sólo aparece cuando las manos se entregan y se cierran los ojos. De ahí surgen sus piezas delgadísimas, pulcras, muchas veces blancas o fucsias, que desafían la fragilidad del material. “El oficio está en las manos —explica—. Hay que confiar en ellas”.
Cuando empezó a vender, lo hacía entre turnos de mesera y jornadas de oficina. De todo lo que hacía, la cerámica era lo único que le salía fácil, y más que eso, lo único que realmente la hacía sentir completa. Así nació Mijo, de manera orgánica, primero a través del boca a boca y luego con talleres que hoy se han convertido en su trabajo principal.
En el Centro COF, donde trabaja actualmente, sus clases se parecen más a círculos de mujeres que a cursos técnicos. “Se forma algo muy potente cuando sólo hay mujeres”, dice. Es que, para ella, no se trata de copiar una obra, sino de crear algo único, de rasgar la arcilla y de dejar una huella. De probar y probar y probar hasta que suene ese click mágico que afirma que se va por el buen camino. “Les pido que me muestren el borde, que me expliquen por qué quedó así. Que lo intencionen. Que el regalo venga del material.”. Es por eso mismo que sus alumnas la siguen de taller en taller. Algunas llevan más de seis años junto a ella. Mijo las ve evolucionar, las guía hacia encontrar su identidad, hacia vender sus propias piezas. “Es un trabajo muy gratificante —cuenta—. Ver cómo se transforman, cómo se empoderan”.
Es que, cómo no, Isidora también ha vivido sus propias transformaciones. Durante su embarazo, su obra mutó: de sus manos salieron candelabros que, con el tiempo, entendió como una forma de conexión con su hija Delia. Luego esos candelabros se transformaron en flores.
La dualidad entre ser artista y comerciante la agotó durante años. Producir sin pausa, vender, repetir en serie. Hasta que entendió que no se puede forzar la creación. “Si no siento ganas de hacer cerámica, simplemente no puedo”, confiesa. Aprendió, con el tiempo, a respetar esos ciclos, que ella llama su “invierno y verano” y a esperar. Porque la cerámica, como la vida, tiene su propio ritmo. Y así mismo, comprendió también, que hay obras personales que son sólo para ella.
Mijo busca cristalizar lo que hay allá afuera: mezclar las tierras, reciclar pastas, usar lo que hay. Eso es lo novedoso en su obra. La experimentación y la negativa a recibir un “no” como respuesta. Su arte es noble, irregular y profundamente humano. “No soy pulcra”, dice. “Pero me encanta el factor sorpresa, lo irrepetible”. La espina dorsal de su proyecto es el tanteo, ese gesto de hacer lo que “no se puede hacer” y ver qué pasa con eso. Por eso sus alumnas son fieles, porque, como profesora, siempre las está instando a buscar y a seguir ese instinto creativo.
Quizás por eso sus piezas parecen tener alma: porque nacen del error, de la exploración, del cuerpo. Porque en cada una hay algo que no se puede decir con palabras. Algo que, pareciera ser, siempre ha estado ahí, medio escondido, pero respirando.
MIJO comparte su trabajo y da clases en COF, Vitacura. Encuéntrala en @mijo.ceramica.

